La fundación del Císter
La Orden del Císter
fue creada a fines del siglo XI y su origen está en un grupo de trece monjes
cluniacenses encabezados por Robert de
Molesme, que fundaron un monasterio en un lugar llamado Cistercium en latín, de donde proviene
el nombre, y Cîteaux en francés,
puesto bajo la advocación de la Virgen, buscando reencontrarse con la soledad y
pobreza que preconizaba la Regla de san Benito y que los monjes cluniacenses
vivían de forma muy relajada porque habían abandonado casi por completo el
trabajo manual para poder cumplir con las múltiples funciones litúrgicas
destinadas a reyes, abades y benefactores a las que se habían comprometido a
cambio de importantes donativos.
La fundación de la nueva Orden propiamente dicha se debió a
los sucesores de Robert de Molesme, los abades Albéric y Stephen Harding, que adoptaron, para diferenciarse de los
monjes benedictinos, con hábito negro, el color blanco para sus vestiduras, de
ahí que también se les empezara a llamar “monjes blancos”. Pero la expansión de
la misma se produjo gracias a la fuerte personalidad de Bernard de Fontaine, monje de Cîteaux que en 1115 fundó el monasterio de Clairvaux, de ahí que se
le conozca como Bernard de Clairvaux, Bernardo de Claraval en español, formando
una de las cuatro ramas del tronco común de Cîteaux junto a La Ferté, Pontigny y Morimond, de
las que surgieron el resto de monasterios cistercienses. En 1153, a la muerte
de San Bernardo, ya eran trecientos cuarenta y tres establecimientos diseminados
por toda Europa, alimentados por abundantes vocaciones a pesar de la austeridad
de vida, la escasa alimentación, los ayunos, la oración y la penitencia que
caracterizaban su vida monástica.
La estricta observancia de la Regla y el que no ejercieran
ningún ministerio externo es la causa de que los monasterios se fundaran en
lugares despoblados y silenciosos con abundantes bosques que les procuraran
madera y les aislaran, cercanos a ríos con los que regar sus huertos y con
canteras de las que obtener la piedra necesaria para construir sus edificios,
que obedecen a disposiciones en las que se prohibía lo figurativo y ornamental,
signos suntuarios en objetos litúrgicos o vidrieras coloreadas por considerar
que distraían de la meditación y el rezo.
Cîteaux y la fundación de las cuatro primeras abadías en una miniatura del Commentaire sur L'Apocalypse del franciscano Alexandre de Brême (1256-1271) de la University Library de Cambridge. Fuente. |
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